domingo, 21 de septiembre de 2008

El deseo de perfección - Cristian Mitelman


Apeles estuvo obsesionado toda su vida por crear la escultura perfecta. Estudió las formas, trazó las divinas proporciones, supo la exacta dureza de cada tipo de mármol, forjó gubias y escoplos nuevos, fatigó los caminos de la Hélade y los del sur de Italia, como si la obra que tramaba se encontrara siempre un paso delante de él.
Una tarde llegó a Pompeya. Allí encontró a las mujeres y los hombres inmovilizados por la lejana explosión del volcán.
Miró la imagen de un niño; acarició el rostro de un adolescente; tocó el lomo de un gato levemente inclinado sobre el seno de su dueña.
Luego regresó a su taller de Corintos. Jamás volvió a trabajar sobre un bloque de mármol.
Murió a los pocos meses, consumido por una lava interna.

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