lunes, 12 de enero de 2009

Espiando - Héctor Ranea


ESPIANDO
Héctor Ranea

Los rastros que seguía eran claros sólo para él. Como buen baqueano de Gastre, se movía en el terreno de manera que sólo percibía su presencia algún choike pero sin sentirlo como amenaza, porque olía como ellos. Así, la presa no tenía escapatoria.
La mujer lavaba las ropas del herido sin advertir que su perro se había puesto en posición de alerta un par de segundos. Cuando quiso entender qué se movía, vio el paisaje distorsionado por un ala transparente que la inmovilizó. A esta altura el fugitivo era prisionero del espía antes de saberlo. Como corresponde, lo mató. A la mujer la dejó vivir en tanto no lo había visto. El hombre invisible dejó el lugar con un regusto amargo. Haber aceptado el conchabo por la obra social pareció buena idea, pero esto de andar en pelotas por la pampa le estaba haciendo cambiar de parecer.

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