lunes, 13 de abril de 2009

La pena - Héctor Ranea


El batallón del despene pasaba por las ciudades una vez por semana. Colectaban los cadáveres y los enfermos y se los llevaban. Era difícil saber qué hacían con ellos, pero lo cierto es que jamás volvían, ni unos ni otros. Sólo regresaba el batallón. Los coraceros del batallón vestían un vistoso uniforme, marchaban con ánimo, se acercaban a su objetivo sin disimulo y nadie les oponía resistencia ni parientes ni deudos, aun sabiendo que no volverían a saber nada de sus enfermos y muertos.
Pasaban en silencio o apenas acompasados por el frufrú de las vestimentas. Sin gritar quitaban la pena de las casas. Una vez por semana, hasta agotar el stock.

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