domingo, 12 de septiembre de 2010

Equívoco capilar – Héctor Ranea


Cuando llegó al negocio pensé: –Otra vez, ¡el diario se equivocó!
No tenía clientes así que él, siempre atildado y correcto, fue directo al sillón; mi ayudante le ofreció su revista de historietas preferida, mirándolo sorprendida, y me ayudó a ponerle las toallas. Antes de que yo tomara la tijera, me dijo:
–Mirá Pipo, si no te molesta que te de indicaciones: por favor cortame lo más corto posible y háganme las uñas, por favor. Viste cómo es. En esta situación el pelo es ingobernable y las manos, ni te cuento.
Asentí con la cabeza.
–Ningún problema, che. Con tal de que salgas contento.
–Es que en el jonca me resulta complicado peinarme y de las manos, ni hablar –explicó.
Cuando se fue, cerré el negocio; nos miramos con mi asistente y decidimos cambiar de ciudad. Esto se estaba llenando de zombies. Era el cuarto en la semana.

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