martes, 9 de abril de 2013

Hipopótamos - Raquel Sequeiro


Desconozco cómo comenzaron los hechos. Era una noche fría. Caminaba desnuda entre la niebla; todos lo hacíamos. Era una niebla húmeda que mojaba y se calaba hasta los huesos, acompañada disparatadamente por una lluvia menuda y trepadora, hirsuta de viento. Nuestra vida era un endeble hilo escupido por una araña juguetona, y nuestros desvaríos nocturnos eran hipopótamos celestiales, apoyados en cada esquina: unas gárgolas extrañas sobre las nuevas edificaciones que terminarían por fenecer bajo una cortina de bombas de bismuto extra gelificado. Poseer la valentía de andar en pelotas era gratificante, teniendo habida cuenta que el geronte apretaría el botón en cualquier momento.


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